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LA TOMA DE LA EMBAJADA DE JAPON

El congresista Javier Diez Canseco compró el pino navideño que insistentemente le reclamaba su esposa, lo dejó en su casa y salió para ir a un evento de una institución de derechos humanos. Pero cuando subió a su vehículo metió la mano al bolsillo del saco y encontró la invitación de la Embajada de Japón.

-Pasemos antes por ahí, le dijo al chofer.

Pocos minutos después era uno más de los 450 rehenes que el comando "Oscar Torres Condezo" del MRTA había tomado en la residencia del embajador del Japón, Morihisha Aoki.

La balacera que sucedió al asalto de los subversivos duró -intermitentemente- unos 40 minutos y fue producto de la improvisación y el mal manejo inicial de la crisis. Decenas de policías de diferentes unidades fueron llegando a la casona de la calle Tomás Edison. Era una Babel en la que todos gritaban y daban órdenes contradictorias.

Policías uniformados y de civil se mezclaban con guardaespaldas privados y equipos de seguridad de las embajadas que tenían a sus diplomáticos capturados. A los cuales se sumaban el creciente y bullicioso enjambre de periodistas, parientes de los rehenes, vecinos, curiosos y bomberos.

Una hora y media después de la toma, los subversivos empezaron a soltar a rehenes mujeres para evitar que la situación se les tornara inmanejable.

 

La Policía no sabía de qué se trataba al principio. El jefe de la SUAT, coronel Luis Mejía, que negoció hace poco la entrega del destructor Tito Uscuvilca, preparó a sus hombres para un posible asalto a la residencia.

Pero cuando el panorama se fue clarificando, recibió una orden terminante: no debería intervenir.

Sin embargo, ya se habían lanzado bombas lacrimógenas y disparado desde los edificios aledaños al interior de la embajada, poniendo en riesgo la integridad de los rehenes.

Un funcionario de una embajada extranjera comentó que resulta asombroso que después de tantos años de violencia en el Perú, no exista un dispositivo que permita reaccionar rápida y ordenadamente a las fuerzas de seguridad en una situación como ésta.

Según fuentes de la Dincote, el operativo fue cuidadosamente planeado y probablemente pensaban capturar al mismísimo presidente Alberto Fujimori, que suponían podía asistir a la recepción en honor al Emperador nipón.

Los subversivos actuaron divididos en tres grupos. El primero de ellos se mimetizó con los mozos y entró con el personal de servicio. En el menaje introdujeron algunas armas. Algunos de los rehenes liberados narraron que habían notado un comportamiento extraño en algunos mozos, e incluso reportaron incidentes como el derrame de una copa sobre el traje de una dama, producto de la inexperiencia del que servía.

Otro grupo ingresó bajó el disfraz de repartidor de arreglos florales. Las armas entraron bajo las flores.

El tercer destacamento llegó en una camioneta pintada como ambulancia de Alerta Médica. Entre diez y doce subversivos, uniformados al estilo MRTA y con el rostro embetunado, saltaron un muro trasero de la residencia y entraron cuando sus cómplices ya habían iniciado el operativo.

Según los testigos, los terroristas tenían modernas radios, con micrófonos en la solapa. Los del tercer destacamento dejaron la camioneta encendida en el apuro, y olvidaron allí una caja de municiones.

Minutos antes del asalto, los subversivos hicieron detonar un potente explosivo cerca de la residencia. De esa manera causaron desconcierto en la custodia policial, que había sido reforzada desde las 4 de la tarde, así como en los numerosos miembros de seguridad de los personajes allí reunidos. Muchos policías corrieron al lugar del atentado.

Cuando empezó la balacera, los centenares de invitados se arrojaron al suelo. La confusión era indescriptible. Las balas llovían desde afuera sobre los jardines y el patio de la residencia, cubierto de un inmenso toldo rojo y blanco. Los subversivos respondían intermitentemente.

En un momento, un jefe policial los intimó: "¡Están rodeados, ríndanse!"

- ¡Patria o muerte, venceremos!, fue la respuesta seguida de una ráfaga de ametralladora.

Empezaron a caer bombas lacrimógenas Y los asustados invitados se taparon nariz y boca con trapos mojados que tomaron de un arreglo ikebana.

También había policías, entre ellos los generales Máximo Rivera, director de la Dincote y Carlos Domínguez ex director de ese organismo, el coronel Marco Miyashiro, adscrito a la Sunat y José Matayoshi director de Migraciones.

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